Héctor Zagal
Ciudad de México (26 febrero 2012).- En 2010, comenzó a circular el Manifiesto de los economistas aterrados
contra los errores y horrores del neoliberalismo financiero. Palabras
más, palabras menos, el manifiesto denuncia la trampa del neocapitalismo
que consiste en "proteccionismo para los ricos, libre mercado para los
pobres".
Obviamente, no simpatizo con los financieros. Lamentablemente, mi ignorancia me impide suscribir o rechazar dicho documento. No sé suficiente sobre economía (¿los financieros sí?) como para pronunciarme. Hoy simplemente quiero hablar del "manifiesto" como género literario. ¿Cómo se originan?, ¿cuál es su entorno propicio?
El origen del intelectual
Antes del Renacimiento, los artistas eran artesanos. Cientos de pinturas y esculturas góticas carecen de firma. Si un carnicero o un zapatero no firmaba su producto, ¿por qué habría de firmarlo un escultor? En pleno siglo 18, los músicos seguían siendo personajes menores. Leopold Mozart vistió la librea con el escudo de armas de su patrón, el príncipe arzobispo de Salzburgo. Las tirantes relaciones de Johann Sebastian Bach con sus empleadores hablan de la poca consideración que les merecía el músico. Músicos, pintores, escultores arquitectos eran considerados, ciertamente, artesanos más cualificados que un sastre o un zapatero, pero, al fin y al cabo, artesanos.
La situación de los académicos medievales era mejor. Los doctores en Filosofía, Teología y Derecho influían en algunas decisiones públicas. Reyes y Papas consultaron, por ejemplo, al cuerpo de doctores de la Universidad de París. El claustro de profesores era un referente obligado para temas públicos de cierta importancia. Sin embargo, las universidades mantenían fuertes compromisos políticos con el papado y con la nobleza; en consecuencia, sus opiniones corporativas fueron, ordinariamente, muy conservadoras (Juana de Arco, por citar un caso, fue acosada por el lobby universitario de París, partidario del rey de Inglaterra).
Durante el Renacimiento, comenzó a configurarse el "intelectual". Fueron letrados y artistas que se consideraron a sí mismos con la capacidad de opinar sobre algunos temas más o menos públicos. Entre tropiezos, los "intelectuales" se fueron ganando el reconocimiento de los poderosos y, sobre todo, consiguieron independizarse del control gremial, aunque no así del mecenazgo de las élites económicas, políticas y religiosas. Y sin intelectuales, no hay manifiestos.
Los manifiestos y la revolución
Los manifiestos presentan un dejo de arrogancia. Escribir y publicar un manifiesto supone saberse alguien en la palestra pública. Los autores de los manifiestos se creen importantes. Revisemos el Manifiesto del Sindicato de Obreros Técnicos, Pintores y Escultores (1923). Las firmas que lo avalaron, aunque jóvenes, ya se perfilaban como claves para la plástica mexicana: Rivera, Siqueiros, Orozco... No imagino a Bach firmando un manifiesto sobre el compromiso nacionalista del arte de la fuga, ni a los hermanos Limbourg —miniaturistas góticos— escribiendo algo parecido a los manifiestos estridentistas (1921-1923) de Manuel Maples Arce.
Todo manifiesto es un desplante. Esos desplantes son posibles cuando el letrado y el artesano ascienden en la escala social. Firman manifiestos quienes tienen algo que decir en contra de la tradición. Me viene a la cabeza el Primer Manifiesto Treinta-Treintista (1928), en el cual un grupo de pintores mexicanos se despacha al "conventillo académico" y, de paso, acribilla a "las niñas pintoras en busca de novio" y a los "niños góticos que a la edad de la punzada se sienten artistas".
Otra característica del manifiesto es su espíritu revolucionario. El Manifiesto del Partido Comunista (1848), por citar el caso paradigmático, anuncia la nueva era. Los manifiestos rompen con los valores heredados; son inquietantes, provocadores, revulsivos. Se escriben para romper con el pasado y el estatus quo. Por ello, debajo de los manifiestos se esconde el mesianismo. Y es que, desde el siglo 18, el nuevo rostro de la redención es la revolución.
Lógicamente, la edad de oro de los manifiestos fue la época de las vanguardias artísticas. La palabra vanguardia remite a la jerga militar. La avanzada de un ejército, frecuentemente tropa de élite, se llama "vanguardia". ¿Por qué se lucha? Los revolucionarios pelean para redimir.
Este talante redentor (no hay redención sin sangre) se palpa en el SCUM Manifiesto (1967). En él, Valerie Solanas proclama el feminismo radical contra los varones. Radical, redentor y revolucionario fue también el manifiesto del Círculo de Viena La concepción científica del mundo (1929). Este documento, credo del positivismo lógico, arremete inmisericordemente contra la metafísica y ensalza la ciencia empírica con euforia digna de la Ilustración. "La concepción científica del mundo sirve a la vida y la vida la acoge", pregonan sus autores.
Los manifiestos son fundacionales. Escritores y artistas asumen el papel de profetas laicos: regañan, corrigen, enseñan, guían y fundan. Imitando al Moisés bíblico, los intelectuales pontifican en dónde debe fundarse la nueva ciudad.
Los manifiestos no son sólo un posicionamiento, una denuncia, una declaración. Suelen proponer la construcción de una utopía, ya sea pequeña o grande, ya sea política o artística. Mondrian y el Manifiesto neoplasticista (1917) despojan al arte del ornamento superfluo, proclamando, simultáneamente, la abstracción y simplificación cromática. El fascistoide Manifiesto futurista de Marinetti (1908) desprecia los museos, las academias, las bibliotecas, el feminismo, pero plantea una propuesta: "Afirmamos que el esplendor del mundo se ha enriquecido con una belleza nueva: la belleza de la velocidad. Un coche de carreras con su capó adornado con grandes tubos parecidos a serpientes de aliento explosivo, un automóvil rugiente que parece que corre sobre la metralla es más bello que la Victoria de Samotracia". Comunismo, escritura automática, realismo socialista son algunas de esas utopías. No hay manifiesto auténtico sin ideal.
La libertad del intelectual vs. el manifiesto
Los manifiestos entrañan una paradoja. Son posibles porque el artista y el intelectual se emanciparon de los gremios medievales. El peso del documento descansa en el prestigio de quienes lo firman. Pero los manifiestos apuntan hacia la formación de un movimiento, de una escuela, de un estilo. Ni siquiera el Primer Manifiesto Surrealista (1924) de Breton escapó a la fascinación del ideal absoluto: "Únicamente la palabra libertad tiene el poder de exaltarme. Me parece justo y bueno mantener este viejo fanatismo".
Acaso, los Siete Manifiestos Dada (1924) advierten la tensión entre la libertad individual y los principios grupales. "Yo escribo un manifiesto y no quiero nada, sin embargo digo ciertas cosas, y estoy por principio contra los manifiestos, como también estoy contra los principios", nos dice Tristan Tzara.
Un documento fundacional, por muy revolucionario que sea, fácilmente deviene en un documento fundamentalista; tarde o temprano aparece el "viejo fanatismo" previsto por Breton. Muchos manifiestos propiciaron la persecución de los disidentes. Los manifiestos encorsetan la individualidad de los artistas y de los escritores, y, por eso, desconfiamos de ellos.
Esta tensión interna, sumada al desencanto posmoderno, ha hecho del manifiesto un género en extinción. Somos demasiado individualistas y demasiado escépticos como para pensar que un manifiesto puede cambiar algo. Quizá por ello, el Manifiesto de los economistas aterrados no merezca sino el nombre de denuncia.
Héctor Zagal, filósofo y ensayista @hzagal
Obviamente, no simpatizo con los financieros. Lamentablemente, mi ignorancia me impide suscribir o rechazar dicho documento. No sé suficiente sobre economía (¿los financieros sí?) como para pronunciarme. Hoy simplemente quiero hablar del "manifiesto" como género literario. ¿Cómo se originan?, ¿cuál es su entorno propicio?
El origen del intelectual
Antes del Renacimiento, los artistas eran artesanos. Cientos de pinturas y esculturas góticas carecen de firma. Si un carnicero o un zapatero no firmaba su producto, ¿por qué habría de firmarlo un escultor? En pleno siglo 18, los músicos seguían siendo personajes menores. Leopold Mozart vistió la librea con el escudo de armas de su patrón, el príncipe arzobispo de Salzburgo. Las tirantes relaciones de Johann Sebastian Bach con sus empleadores hablan de la poca consideración que les merecía el músico. Músicos, pintores, escultores arquitectos eran considerados, ciertamente, artesanos más cualificados que un sastre o un zapatero, pero, al fin y al cabo, artesanos.
La situación de los académicos medievales era mejor. Los doctores en Filosofía, Teología y Derecho influían en algunas decisiones públicas. Reyes y Papas consultaron, por ejemplo, al cuerpo de doctores de la Universidad de París. El claustro de profesores era un referente obligado para temas públicos de cierta importancia. Sin embargo, las universidades mantenían fuertes compromisos políticos con el papado y con la nobleza; en consecuencia, sus opiniones corporativas fueron, ordinariamente, muy conservadoras (Juana de Arco, por citar un caso, fue acosada por el lobby universitario de París, partidario del rey de Inglaterra).
Durante el Renacimiento, comenzó a configurarse el "intelectual". Fueron letrados y artistas que se consideraron a sí mismos con la capacidad de opinar sobre algunos temas más o menos públicos. Entre tropiezos, los "intelectuales" se fueron ganando el reconocimiento de los poderosos y, sobre todo, consiguieron independizarse del control gremial, aunque no así del mecenazgo de las élites económicas, políticas y religiosas. Y sin intelectuales, no hay manifiestos.
Los manifiestos y la revolución
Los manifiestos presentan un dejo de arrogancia. Escribir y publicar un manifiesto supone saberse alguien en la palestra pública. Los autores de los manifiestos se creen importantes. Revisemos el Manifiesto del Sindicato de Obreros Técnicos, Pintores y Escultores (1923). Las firmas que lo avalaron, aunque jóvenes, ya se perfilaban como claves para la plástica mexicana: Rivera, Siqueiros, Orozco... No imagino a Bach firmando un manifiesto sobre el compromiso nacionalista del arte de la fuga, ni a los hermanos Limbourg —miniaturistas góticos— escribiendo algo parecido a los manifiestos estridentistas (1921-1923) de Manuel Maples Arce.
Todo manifiesto es un desplante. Esos desplantes son posibles cuando el letrado y el artesano ascienden en la escala social. Firman manifiestos quienes tienen algo que decir en contra de la tradición. Me viene a la cabeza el Primer Manifiesto Treinta-Treintista (1928), en el cual un grupo de pintores mexicanos se despacha al "conventillo académico" y, de paso, acribilla a "las niñas pintoras en busca de novio" y a los "niños góticos que a la edad de la punzada se sienten artistas".
Otra característica del manifiesto es su espíritu revolucionario. El Manifiesto del Partido Comunista (1848), por citar el caso paradigmático, anuncia la nueva era. Los manifiestos rompen con los valores heredados; son inquietantes, provocadores, revulsivos. Se escriben para romper con el pasado y el estatus quo. Por ello, debajo de los manifiestos se esconde el mesianismo. Y es que, desde el siglo 18, el nuevo rostro de la redención es la revolución.
Lógicamente, la edad de oro de los manifiestos fue la época de las vanguardias artísticas. La palabra vanguardia remite a la jerga militar. La avanzada de un ejército, frecuentemente tropa de élite, se llama "vanguardia". ¿Por qué se lucha? Los revolucionarios pelean para redimir.
Este talante redentor (no hay redención sin sangre) se palpa en el SCUM Manifiesto (1967). En él, Valerie Solanas proclama el feminismo radical contra los varones. Radical, redentor y revolucionario fue también el manifiesto del Círculo de Viena La concepción científica del mundo (1929). Este documento, credo del positivismo lógico, arremete inmisericordemente contra la metafísica y ensalza la ciencia empírica con euforia digna de la Ilustración. "La concepción científica del mundo sirve a la vida y la vida la acoge", pregonan sus autores.
Los manifiestos son fundacionales. Escritores y artistas asumen el papel de profetas laicos: regañan, corrigen, enseñan, guían y fundan. Imitando al Moisés bíblico, los intelectuales pontifican en dónde debe fundarse la nueva ciudad.
Los manifiestos no son sólo un posicionamiento, una denuncia, una declaración. Suelen proponer la construcción de una utopía, ya sea pequeña o grande, ya sea política o artística. Mondrian y el Manifiesto neoplasticista (1917) despojan al arte del ornamento superfluo, proclamando, simultáneamente, la abstracción y simplificación cromática. El fascistoide Manifiesto futurista de Marinetti (1908) desprecia los museos, las academias, las bibliotecas, el feminismo, pero plantea una propuesta: "Afirmamos que el esplendor del mundo se ha enriquecido con una belleza nueva: la belleza de la velocidad. Un coche de carreras con su capó adornado con grandes tubos parecidos a serpientes de aliento explosivo, un automóvil rugiente que parece que corre sobre la metralla es más bello que la Victoria de Samotracia". Comunismo, escritura automática, realismo socialista son algunas de esas utopías. No hay manifiesto auténtico sin ideal.
La libertad del intelectual vs. el manifiesto
Los manifiestos entrañan una paradoja. Son posibles porque el artista y el intelectual se emanciparon de los gremios medievales. El peso del documento descansa en el prestigio de quienes lo firman. Pero los manifiestos apuntan hacia la formación de un movimiento, de una escuela, de un estilo. Ni siquiera el Primer Manifiesto Surrealista (1924) de Breton escapó a la fascinación del ideal absoluto: "Únicamente la palabra libertad tiene el poder de exaltarme. Me parece justo y bueno mantener este viejo fanatismo".
Acaso, los Siete Manifiestos Dada (1924) advierten la tensión entre la libertad individual y los principios grupales. "Yo escribo un manifiesto y no quiero nada, sin embargo digo ciertas cosas, y estoy por principio contra los manifiestos, como también estoy contra los principios", nos dice Tristan Tzara.
Un documento fundacional, por muy revolucionario que sea, fácilmente deviene en un documento fundamentalista; tarde o temprano aparece el "viejo fanatismo" previsto por Breton. Muchos manifiestos propiciaron la persecución de los disidentes. Los manifiestos encorsetan la individualidad de los artistas y de los escritores, y, por eso, desconfiamos de ellos.
Esta tensión interna, sumada al desencanto posmoderno, ha hecho del manifiesto un género en extinción. Somos demasiado individualistas y demasiado escépticos como para pensar que un manifiesto puede cambiar algo. Quizá por ello, el Manifiesto de los economistas aterrados no merezca sino el nombre de denuncia.
Héctor Zagal, filósofo y ensayista @hzagal
los manifiestos arremeten contra la realidad actual y proponen un futuro distinto (utópicos tal vez aunque apuntan el camino). Pero la importancia de dicho documento es un capacidad de trascender y llevar consigo las palabras de quien lo firma. Y es por la fuerza (o arrogancia) de sus autores que el mundo lo toma en cuenta y deja de ser el mismo. Cuando esta declaración impacta contra la realidad, esta última cambia y se adapta a la nueva situación. Es por ello que el mundo es el que cambia cuando de manifiestos se habla, y esto es únicamente posible gracias a la escritura que soporta y protege a dichas frases.
ResponderEliminarAlex Soto.
Me gusto mucho el texto, empezando por la introducción al intelectual, en esta nos explica como en el pasado no se firmaban muchas esculturas como tampoco se firmaban zapatos, pero como hoy en dia todo tiene que tener una firma del autor, y hasta se puede apreciar que los zapatos tienen la firma del diseñador, ¿ podrá ser que el diseño de modas entre como una de las bellas artes en un futuro? Quien soy yo para decirlo, pero si sucede en algún momento no me sorprendería.
ResponderEliminarSiguiendo el texto el autor concluye con que el manifiesto es un genero en declive, yo estoy en contra de esto, creo y se de muchos manifiestos que se crean diariamente, pero creo que estos ya no son leidos. Ya no tienen importancia ni provocan sentimientos ni a favor ni en contra por parte del lector. Aunque no es un genero en declive porque siguen escribiendo muchos manifiestos, estos carecen de importancia para el publico en general y por eso ya no son considerados de mayor importancia para las masas. Ya que estos textos expresan un idealismo para el mundo, creo que de un momento a otro estos textos podrían tomar fuerza y poner reglas, ideales, principios y valores a las vidas de los humanos.
Jero Leon
Los manifiestos me parecen contradictorios, ya que en su intento por ser "diferentes" y no establecer nada que tenga que ver con reglas, el simple hecho de escribirlo ya manifiestan algo. Sin embargo creo que sin ellos no se podrían entender el porque de diferentes posturas tales como el dadaísmo o la postura futurista pero creo ahora ya perdió relevancia porque realmente a muy pocos les importa o muy pocos realmente entienden el concepto de manifiesto. Ahora pensar en un manifiesto que tenga que ver con Economía como dice el escritor no creo funcione en la actualidad, ya que ya no existe esta idea revolucionaria de cambiar las cosas con una gran revolución armada o idealista.
ResponderEliminarCitlali Velázquez